El documento parte de una afirmación: la pintura colombiana no tiene pasado. Para la crítica argentina Marta Traba, la producción plástica nacional que va desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX no plantea ningún interés para el arte; no manifiesta ningún rasgo de creatividad; es pintura frívola y servil. Reconoce, en los artistas del siglo XIX, el aprendizaje técnico logrado en su obra. Sin embargo, a su juicio, ninguno de los artistas del siglo XX que menciona —Luis Alberto Acuña Tapias, Alipio Jaramillo, Pedro Nel Gómez, Carlos Correa e Ignacio Gómez Jaramillo— planteó una propuesta revolucionaria alguna. La obra de todos ellos es, a su juicio, altamente conservadora, sin que “ni el socialismo pictórico, ni el realismo, ni esas horrendas distorsiones” llegaran a “conmover las formas tradicionales de la pintura”. Considera que sólo hasta la llegada del pintor Alejandro Obregón y después de él, de otros artistas nacionales, la pintura colombiana se libera de la imposición de temas, otorgándole al artista aludido un lugar fundacional en la pintura moderna colombiana. Otros artistas pioneros de la modernidad artística serán, en su ponderada opinión, Ramírez Villamizar, Fernando Botero, Guillermo Wiedemann, Enrique Grau. Traba concluye reconociendo también las calidades plásticas de Judith Márquez Montoya, de Cecilia Porras de Child y de Carlos Rojas, estudiante, entonces, al que incluye por considerarlo una promesa para el arte nacional.