Chon Noriega sostiene que, siendo una de las principales figuras del movimiento Destructivista, la producción artística entre 1957 y 1967 de Raphael Montañez Ortiz (1934-) se puede comprender como reacción a la indiferencia social del vanguardismo de posguerra y a partir de la cual se marca el cambio de considerar la “destrucción” como mero concepto, a ver su adopción como práctica artística. El objetivo de Ortiz era, concretamente y mediante performances de “destrucción ritualista”, desplazar la violencia presente en el mundo hacia el ámbito simbólico del arte. Según Noriega, la obra del artista exigía, por lo tanto, una nítida distinción entre el mundo del arte y las relaciones sociales, proponiendo, paradójicamente, una práctica tanto autónoma como contingente en la cual se abordaba lo social exclusivamente dentro del contexto del ámbito del arte. Noriega opina que este enfoque explica su ausencia y supresión de los anales sobre el arte étnico, de los cines de las minorías y de las vanguardias durante esta época, puesto que su obra se asentaba sobre múltiples categorías. En este sentido, Noriega considera que las paradojas de la obra de Ortiz constituyen estrategias adecuadas del momento posmoderno contemporáneo, donde las categorías modernistas y las relaciones de poder todavía persisten.