En el texto, John Weber habla sobre sus experiencias y creencias en su faceta de artista político, resumiendo el movimiento muralista de Chicago, en el cual participó. En primer lugar, el autor ofrece una breve perspectiva general de la historia muralista de Chicago, desde la década de treinta, impulsada por la agencia federal Works Progress Administration hasta los años sesenta. El autor explica que, durante esa última década, William Walker, el principal muralista afro-americano, advirtió que la mejor manera de presentar su obra a las personas de raza negra era presentarla a todo el mundo en forma de arte público. Weber destaca incluso la aparición de artistas blancos y latinos en el ambiente muralista. Además, lamenta la falta de contacto y trato entre las bellas artes y la población carente, así como, también, que las minorías étnicas sean sistemáticamente excluidas de la creación y del disfrute del arte. En contraposición, Weber sostiene que los murales son una devolución del arte al pueblo, operando como medio de comunicación y celebración. Explica que los murales deben ser relevantes y pertinentes a su comunidad puesto que esos residentes serán quienes, al final, apoyen y protejan los murales como siendo algo propio. Comenta que, en Chicago y otras ciudades, los murales tratan de establecer una relación con la gente; intentan aclarar ideas y expresar plásticamente el lugar donde radican las preocupaciones de la comunidad.