En este ensayo bilingüe Tere Romo, historiadora del arte y curadora chicana, define tres periodos distintos de la producción de carteles y traza los factores que influyeron en el desarrollo de la iconografía y los estilos visuales, junto los diversos grados en la que los artistas gestionaron entre sus compromisos políticos colectivos y su muy particular estética. De acuerdo a la autora, durante el primer periodo (1965–72), la producción de carteles ocurrió principalmente en las escuelas y universidades, estando directamente ligada al activismo sociopolítico. De 1977 a 1982, la creación de carteles pasó a realizarse tanto en los centros culturales como en las organizaciones sin propósitos de lucro, donde los artistas solían producir obras para la promoción de eventos en tales lugares. Además del continuado énfasis en el activismo, Romo sostiene que los carteles de este periodo contribuyeron también en la formación/afirmación de identidad, al nutrirse de una gran diversidad de fuentes culturales: la historia mexicana, el arte de los calendarios, la cultura juvenil urbana y el indigenismo. Romo concluye diciendo que, de 1983 al año 2000, el surgimiento del multiculturalismo facilitó el acceso de los artistas chicanos a las principales instituciones, mientras que el establecimiento de centros de impresión como Self Help Graphics y Aztlán Multiples en Los Ángeles les brindó la oportunidad de sondar sus muy particulares perspectivas, poniéndolas a prueba estéticamente.