El pintor de origen catalán Vicente Rojo (1932-), a la fecha de su segunda individual, llevaba ya una década residiendo en México. En la época, los artistas españoles contaban con la particular preferencia de su compatriota Margarita Nelken (1896-1968), misma que criticó negativamente la exhibición anterior del pintor —de corte figurativo— por encontrarla demasiado apegada a la obra de su maestro, Arturo Souto, también español. Ahora, los nuevos trabajos de Rojo si bien respondían a una abstracción pronunciada, son destacados por ella como verdaderos "aciertos de composición (…) de una sensibilidad personal y afinada", portadores de un "tema subterráneo". Tres años más tarde, cuando el pintor y editor barcelonés presenta en la misma galería abstracciones, casi totales, la crítica acabará por rechazar esa postura estética a la que calificará de "simple instrumento", sin ninguna otra connotación artística. No obstante, Nelken percibirá como pocos de sus colegas las sugerencias que sus texturas son capaces de lograr. La posibilidad de un desprendimiento absoluto de la realidad externa o de su correlato verbal en la plástica moderna —es decir, la aceptación de la autonomía de la obra de arte— supuso un obstáculo insalvable para muchos de los críticos locales a la hora de percibir las primeras producciones abstractas. Este tipo de resistencia fue común y reincidente por lo menos a principios de la segunda mitad del siglo XX en México.