Para el folklorista Francisco Quevedo la vida política de un pueblo es la vida superficial de éste, por lo que hay que trascenderla para conocerlo en su vida interior. Invita a sumergirse en el arte popular y advierte que, si se le ignora, no se podrá llevar a la colectividad hacia el progreso por un camino seguro, ya que no se sabrá cuál es su poder. Insita a descender al fondo del alma popular porque ahí se encuentra la verdadera fuerza de la evolución y, es en esa alma, donde se encierran cualidades, defectos y vicios de la nación. Comenta que a través de las leyendas, cantares y aires populares ha aprendido que el pueblo es poeta, músico y filósofo; percibiendo, así, en tales cualidades, el alma de Nezahualcóyotl, encarnación y síntesis de la psique de toda una raza. Quevedo anota que la sociedad se ha deslumbrado por las importaciones de arte europeo e insiste en seguir imitándolo; además, anhela vivir una vida que no es la nuestra, sin sospechar que, en el pueblo, está nuestro origen, toda la potencialidad moral, todo el tesoro de poesía y de arte del país. Exhorta a recuperar el arte popular que, hasta ese momento, se ha ignorado, para estudiarlo y asimilarlo como elemento de vida, ya que sin éste jamás se hará arte patrio, sino copias o caricaturas de arte extranjero. Sugiere Quevedo que, si se quiere imprimir a las artes un sello nacional, se incluya en el programa de los centros educativos un curso de folklore y se funden escuelas de arte para las masas donde se les dé el arsenal técnico. Al final del artículo, indica que, sólo a través del folklore poético y musical, se aprenderá a ser artista. En su entender, en ellos se encuentran las vibraciones de la raza y de la psique mexicana, única manera de lograr la independencia artística.