Ida Rodríguez [Prampolini], en su ensayo deja claro que no se ha vuelto a dedicarse a las nuevas tendencias artísticas, ya que, cuando lo hizo, hubo reacciones bastante amargas en contra de sus comentarios. En principio, porque es incapaz de ocultar su desencanto frente a la confusión y mediocridad del medio artístico mexicano. A su juicio, el doctor Justino Fernández tenía razón (en un texto publicado en 1958) al afirmar que el arte mexicano, pese a su pasión y dramatismo, guardaba un buen equilibrio, logrando mantenerse en la línea del gran arte con todas las demás libertades del arte contemporáneo. Sin embargo, para Ida Rodríguez, en escasos tres años ésto había cambiado con el surgimiento de una gran variedad de tendencias y la irrupción semanal de un genio que constantemente cambia (de manera radical) sus conceptos artísticos. Todo ello, en opinión de la autora, desconcierta al público asistente a las lujosas inauguraciones de las galerías capitalinas para cubrir, así, un asunto meramente social sin entender nada de lo que ahí se presenta. Sin responsabilizar por completo a las galerías de lo que ocurre en el campo artístico, ella señala lo siguiente: debido a que la finalidad de éstas es obviamente comercial, en muchas ocasiones anuncian nombres importantes como José Clemente Orozco o Rufino Tamayo para atraer simplemente al público y lo que se exhiben son cuadros bonitos sin ninguna línea definida entre ellos; cuadros que sirven para decorar el muro interior o la chimenea de gente adinerada, ya que sus precios son elevados y cotizados en dólares. Entre otros asuntos, Ida Rodríguez comenta algunas de las tendencias seguidas por los artistas mexicanos, los cuales, para ella, sólo logran copiar elementos ya sea del arte internacional o bien de las búsquedas de jóvenes creadores de otras partes del mundo. En general, el artista, según la escritora, niega que su obra haya sido creada con fines meramente comerciales;. Sin embargo, y para ser justos, mientras los artistas mexicanos no encuentren el porqué de sus vacilaciones estéticas más allá de un simple porque sí, al crítico de arte le cabe el derecho a decir no…, porque no.