Desde sus inicios, el Centro de Arte y Comunicación (CAYC) liderado por el gestor, artista y empresario Jorge Glusberg se propuso como un espacio interdisciplinario que pudiera generar un movimiento de arte experimental. Para ello, la conformación de redes de colaboración entre artistas y críticos locales e internacionales fue fundamental. Las exposiciones hicieron visibles esos intercambios, en los que la presentación de panoramas de tendencias o artistas individuales era una oportunidad para conocer las novedades del arte contemporáneo internacional; o bien de dar a conocer artistas argentinos y latinoamericanos en la escena mundial.
La presentación de filmes será parte de la programación de las exposiciones del CAYC, en línea con el propósito de destacarse como espacio para la experimentación. A partir de 1972 se proyectaron en la sede películas los días sábados; a ellas asistían los directores y se generaba un debate con el público. Esa práctica tenía como antecedente a los cine-clubes que proliferaron en los años sesenta, así como a las iniciativas impulsadas por el movimiento Tercer Cine (en alusión a temas inherentes al Tercer Mundo). En esta ocasión se programa (en un ciclo continuado) dos cortometrajes de Bernardo Borenholtz, tras su participación y reconocimiento en festivales locales y a nivel mundial como el Internationale Filmfestspiele de Berlín (1970).
Los buenos sentimientos (1970) formó parte de Cuatrónicas, una película argentina integrada por cuatro cortometrajes, el antes mencionado que da el título, al que se suma El diablo sin dama de Eduardo Calcagno; Vida, pasión y muerte de un realizador iracundo de Rodolfo Corral y La visita de David Amitin.
El hombre que va a misa (1972) y Los buenos sentimientos —ambos filmes de Borenholtz presentados en el CAYC— denunciaban la violencia sistemática ejercida por el autoritarismo sobre aquellos militantes que luchaban por la liberación nacional. Una situación generalizada en la mayor parte de América Latina a lo largo de esa década, y aún en la Argentina que vivía la “primavera cultural” de la breve (49 días de 1973) presidencia democrática de Héctor J. Cámpora.