En abril de 1964 el Instituto General Electric llamó a concurso para el Primer Jardín de Escultura Actual, convocando a artistas uruguayos y extranjeros (con cierta residencia en el país) con el objetivo de trabajar en el recinto designado (100,000 metros cuadrados de pradera) de la fábrica General Electric (a quince kilómetros del centro de la capital uruguaya) con materiales, máquinas y mano de obra especializada aportados por dicha fábrica. Concurrieron como miembros del jurado dos extranjeros: el italiano Umbro Apollonio, director de la revista La Biennale di Venezia, y el escritor y crítico brasileño Geraldo Ferraz, militante socialista que había trabajado con Oswald de Andrade en la Revista de Antropofagia en los años veinte. El primer premio fue otorgado al uruguayo Germán Cabrera por su obra de gran porte (en chatarra) El baño del ángel.
Por su parte, el crítico de arte francés Pierre Restany, visitó la exposición después de inaugurada y escribió el presente ensayo para su publicación en el catálogo. Valora la muestra como fenómeno de conjunto, como paisaje escultórico en relación con una infraestructura de carácter industrial. Asunto que encuentra perfectamente alineado con su doctrina nouveau réaliste que, si bien se basa en obra reciente de artistas mayoritariamente franceses, su patrocinador la considera con una proyección contemporánea que atañe a la estética de las sociedades industrializadas. En el caso particular de esta exposición, Restany repara en el diálogo establecido entre una plataforma arquitectónica para producción en serie y un grupo diseminado de piezas elaboradas ya sea con chatarra industrial o bien con métodos básicamente artesanales. La ausencia de parámetros esteticistas, así como la fuerte presencia del trabajo técnico-manual e imaginativo otorgan al conjunto, según el crítico, “un éxito muy significativo en el plano moral”. Su Nouveau Realisme —cuyo primer manifiesto databa de cuatro años antes— tenía, precisamente, una base ética sustentada en la idea de “autenticidad”. Idea derivada, a su vez, del enfrentamiento del artista a las nuevas posibilidades matérico-formales del industrialismo al margen de cualquier especulación intelectual previa. Restany se aparta así, radicalmente, del “neoconstructivismo” como tendencia abstracto-geométrica patrocinada por su colega italiano Umbro Apollonio, casualmente, otro miembro del jurado de esta exposición.
Al considerar la necesidad de actualizar la imaginación creadora a la par de los procesos tecnológicos, Restany desarrolla un discurso laudatorio de la civilización industrial. Lo hace, en particular, de la labor cultural de General Electric, en Uruguay. Un país que carecía de una infraestructura industrial propia y había ya desmantelado, en 1964, las precarias industrias sustitutivas de importaciones que vio crecer en la década de los cuarenta hasta la mitad de la siguiente.