En su extensa introducción, Joaquín Torres García (JTG) señala la incomprensión y la beligerancia con que fueron tratadas sus propuestas, ironizando sobre la mezquindad del medio ambiente montevideano. Tras seis años de combate intelectual en diversas instituciones y medios radiales de difusión con sus “conferencias”, JTG dice haber llegado a un concepto de “pintura constructiva” adaptable a ese espíritu conformista y ecléctico. Este discurso (y toda su labor, desde 1934) se da en un momento político muy particular, el gobierno de facto que instala a Gabriel Terra como dictador (1933–38), así como los prolegómenos al conflicto bélico mundial, parteaguas ambos de cuño ideológico en el campo intelectual. Paralelamente a la formación de grupos de intelectuales de izquierdas (que atacaban a JTG por su “pintura purista”), se consolidó un núcleo conservador aliado a las iniciativas gubernamentales. Este buscó imponer —a través de la Comisión Nacional de Bellas Artes— un academicismo estético pautado por los lineamientos del Ottocento al que estaban ligadas, culturalmente, las principales familias patricias y oligarcas ahora vinculadas a Terra. En este sentido, JTG se sintió aislado, forzándolo a erguirse contra ese sector oligárquico, en esta 500ª conferencia, cuando habla de “gentecilla mal agradecida sin fe en nada, excepto en la ganancia […] cuyo espíritu vulgar trajo ese concepto primario de mala academia”. Mientras JTG pronunciaba esta conferencia, el gobierno proyectaba con publicidad la gran exposición retrospectiva de Juan Manuel Blanes, el decimonónico “pintor de la patria”, a realizarse en Montevideo en 1941. JTG contrapone sus palabras buscando refundar un concepto de “patria” con una autenticidad local en la pintura no basada en los temas, sino en la manera de hacer pintura, propiamente, y arte en general. Si Metafísica de la Prehistoria Indoamericana, libro publicado en 1939, significaba una inicial adecuación de su proyecto de arte constructivo para la realidad regional americana, la pintura constructiva que predica en la 500ª conferencia implica una segunda y última adecuación a la realidad local de la clase media uruguaya. Brinda servicios a la idea de una tradición local (¿inexistente?) y a la idea de una pintura de paisaje que, desde principios de siglo, era el tema más requerido por los aspirantes a interpretar la realidad nacional. Frente a la pregunta “¿en qué forma debía entrar en juego [la pintura] con esa vida a la que volvía de nuevo?”, él se responde: “Pues la ciudad en que estamos, Montevideo; y además, en su aspecto actual...”. Una búsqueda afanosa por conjugar universalidad con “uruguayidad”, modernidad con tradición propia. En esta conferencia enuncia lo que denomina las “seis bases para una pintura constructiva”, o sea, “tres mirando a la realidad, y tres mirando al arte”, bases para el paisajismo practicado en su propio Taller Torres García (TTG) a partir de 1941. [Como lectura complementaria, véanse en el archivo digital ICAA los siguientes textos escritos por Joaquín Torres García: “Con respecto a una futura creación literaria” (730292); “Lección 132. El hombre americano y el arte de América” (832022); “Mi opinión sobre la exposición de artistas norteamericanos: contribución” (833512); “Nuestro problema de arte en América: lección VI del ciclo de conferencias dictado en la Facultad de Humanidades y Ciencias de Montevideo” (731106); “Introducción [en] Universalismo Constructivo” (1242032); “Sentido de lo moderno [en Universalismo Constructivo]” (1242015); “Bases y fundamentos del arte constructivo” (1242058); y “Manifiesto 2, Constructivo 100%” (1250878)].