El 1974, el pintor y escultor venezolano Alejando Otero (1921–90) presentaba su exposición Tablones en la Galería Conkright, en Caracas. La propuesta, del mismo nombre, constituyó un retorno a la pintura geométrica y al soporte bidimensional. Esto es, en los últimos años (desde 1967), Otero había desarrollado sus esculturas a escala monumental, en una inédita integración entre arte y tecnología, o bien entre arte y paisaje. Los “Tablones” retomaban el hilo conceptual de la serie de Coloritmos (de los años cincuenta), aunque con mayor presencia del color que ejerce como elemento configurador.
La relación entre estas etapas tan diversas es lo que aporta el texto del crítico venezolano Roberto Guevara (1932–98), para quien la consideración de eventos y búsquedas sucesivas constituye terreno para el hallazgo de sentidos. A lo largo de su trayectoria crítica, Guevara valoró todos aquellos aportes creativos antes que la adhesión a un ideal y, en tal sentido, insistía con frecuencia en la coherencia de las trayectorias artísticas. En este texto, establece líneas de filiación no sólo entre lo más evidente de las series (Tablones y Coloritmos), sino soluciones de continuidad entre lo que podría considerarse una ruptura (o sea, la escultura en el espacio urbano). De las inquietudes esenciales de Otero, el autor rescata aquélla del “espacio como dimensión activa y practicable”, y es allí donde la experiencia real de lo espacial y de lo cinético inciden en la configuración de un lenguaje posterior, tramado aquí por el diálogo que entablan el color y otros recursos compositivos.