En el prólogo del catálogo a la exposición del artista francés radicado desde la década de cincuenta en Venezuela, Marcel Floris (1914–2007), muestra realizada en el Museo de Bellas Artes en 1967, el crítico y curador Roberto Guevara (1932–98) hace gala de su habilidad para describir, en una nota breve, toda la poética personal que involucra un artista, en este caso de la pintura de Floris operando dentro de la tendencia abstracta y cinética venezolana. Como el propio autor, Floris estuvo vinculado durante un tiempo al medio publicitario del país, tiempo en que trabó amistad con Guevara, autor de varios textos sobre el mencionado pintor. Floris, uno de los pioneros de la escultura-instalación en Venezuela, realiza piezas transformables, estructuras cambiantes que rompen el concepto tradicional de este género. Entre 1960 y 1970, fue también diseñador gráfico, además de docente en el Instituto Neumann (Caracas) donde se vincula con otros diseñadores: Gerd Leufert y Nedo M.F., también de origen europeo, entre ellos. Al igual que Floris, ambos realizaron una obra plástica trascendente en el país. Con ellos, Floris comparte el interés por investigar el color, el plano y la línea dentro de la dinámica del espacio, así como la idea de reversibilidad de la forma. La exposición Pinturas de Marcel Floris, realizada en 1967, es objeto del presente texto. Tratándose de un evento clave en la trayectoria del artista, al año siguiente, en 1968, se le otorgó el Premio Nacional de Pintura en el XXIX Salón Oficial de Arte Venezolano; posteriormente, en 1969, recibió el Premio Nacional de Escultura; y en 1971, fue mereccedor de una distinción de índole internacional: la Medalha de Ouro da XI Bienal de São Paulo, donde otro de los premiados fue el colombiano Omar Rayo.