Este documento, escrito durante la realización del V Salón Nacional de Artistas —el más grande evento oficial de las artes plásticas en Colombia— evidencia la existencia de un campo artístico organizado en el país; evento capaz de llevar a cabo un certamen oficial aunque aún sin el apoyo completo del Estado en materia de premios e incentivos. El autor critica la intención del Estado colombiano de apoyar artistas para “realizar frescos de propaganda materialista por el halago de una ayuda económica” en detrimento de su libertad individual de expresión. Esta afirmación da pistas sobre la situación desventajosa de los pintores vanguardistas colombianos en dicho momento, frente a un gobierno que no estimulaba suficientemente las artes plásticas.
El artista Gonzalo Ariza (1912–95), quien también se destacó por su producción escrita para diarios como El Tiempo y El Espectador, fue un firme defensor de la agremiación de los artistas colombianos. Esto privilegiaba la formación de un sindicato que defendiera buenas condiciones de trabajo, la creación de museos y la creación de un arte, en su concepto, “nacional” [véase 1130276], ligado a las tradición artística precolombina. Paradójicamente, el concepto abarcaba también a artistas académicos como Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (1638–1711), Epifanio Garay (1849–1903) y Roberto Pizano (1896–1929), uno de sus maestros en la Escuela de Bellas Artes bogotana. No es casual, entonces, que critique la fijación de los artistas nacionales en México; máxime teniendo en cuenta que había estudiado en el Japón, un destino distinto a los tradicionales que escogían los artistas colombianos para su formación profesional en el exterior.
De la misma manera, su crítica a Walter Engel (1908–2005) y Juan Friede (1901–90) se puede ver como un rechazo a esos mismos “elementos” provenientes del exterior y su insistencia en la creación de un arte “nacional” que buscara en sí mismo sus propios temas y estilos. Este rechazo a la crítica de arte realizada por residentes en Colombia se puede apreciar también en su artículo mordaz “Tango y pintura”, escrito quince años después [1129558], en el que ataca las ideas expuestas por la argentina Marta Traba (1923–83) sobre el arte en Latinoamérica. Por su ostensiva hostilidad con la crítica de arte —a excepción del historiador Germán Arciniegas (1900–99) — Ariza estuvo retirado de las salas de exposición colombianas entre 1964 y 1973.