El artículo presentaba a sus lectores —tal vez desinteresadamente— un canon de la vanguardia escultórica del país para la primera mitad del XX, cuyo alcance, según Julio Abril (1) (1911?79), se debía en parte a su temática americanista. Esta imagen representacional tendría de seguro resonancia en el contexto de la crítica de arte nacional, ya que Espiral era entonces uno de sus epicentros. El caso de la crítica de Abril posee un valor agregado; se trata de una apreciación del oficio del escultor por parte de uno de sus practicantes, el cual ya había sido consagrado por los especialistas del arte nacional. Desde esa posición, habla en nombre de su gremio y plantea el conflicto entre escultura y crítica a nivel nacional. En la época era poco el espacio, la atención y la estimación que prestaban los medios colombianos para el debatir y discutir sobre escultura.
A juicio de Abril, la escultura es una forma genuina para “la interpretación social de nuestra raza”; como si la naturaleza de esta forma plástica de algún modo tuviera correspondencia directamente con la idiosincrasia del suelo americano. En su opinión, la escultura es la más sobria de las artes en Colombia; posee “un contenido profundo de nuestros problemas”, además de ser un recipiente de “universalidad”. Su lectura sobre lo que era, o debía ser, el arte nacional en la escultura pertenecía a una tradición en auge dentro de la crítica y la teoría de arte en el país desde la década de los treinta hasta la de los cincuenta, período que se caracterizó en gran parte por un profundo nacionalismo. Tenía una fuerte inclinación política desde la que muchos hiladores de los discursos refundacionales de la patria buscaban acentuar el papel de la raza y de la geografía en la producción de bienes culturales que vendrían a definir nuestra identidad artística.