Este texto supone una fuente valiosa de información pictórica sobre Enrique Grau (1920?2004) en cuanto da cuenta de su obra en 1962, momento clave en la producción del artista.
En 1962, año de publicación del artículo, Grau obtuvo la primera mención de pintura del Salón Nacional con su obra La gran bañista. En ella se revelaba una figura femenina rolliza y contundente, la cual representaría la elección figurativa del pintor durante los siguientes años. Este artículo analiza esos nuevos temas en términos plásticos y técnicos, permitiendo así reconstruir el trayecto plástico del reconocido artista colombiano a través de una perspectiva especializada.
En septiembre del mismo año, Grau reunió 25 obras donde se evidenciaba esta elección temática, y con ellas montó una exposición en la Sala Gregorio Vásquez de la Biblioteca Nacional de Bogotá. Es la muestra que Marta Traba (1923–83) comenta en este artículo. Para el investigador interesado en la obra de Grau, el texto es todo un referente que le permite trazar un nuevo derrotero en la elección expresiva del pintor, a partir de los sesenta. En efecto, Grau había tratado de explorar un lenguaje no figurativo a finales de los cincuenta, pero esta muestra ratifica su compromiso con lo figurativo y con lo anecdótico. Es precisamente esto lo que caracterizó su enfoque dentro de los más significativos representantes del arte moderno en Colombia.
Cabe resaltar que Traba es reconocida como una gran impulsadora de la modernidad en el país, por lo que el artículo testimonia la relación tanto entre una crítica ilustrada y activa como con las preocupaciones creativas de los artistas en la época.
Grau nació en Cartagena de Indias y saltó al mundo del arte en el Primer Salón Nacional en 1940, donde su Mulata cartagenera obtuvo una mención. Esto le permitió obtener una beca del gobierno colombiano para estudiar en el Art Students League de Nueva York. Allí, Grau perfeccionó sus conocimientos, al igual que en Florencia (Italia), donde pasaría una larga temporada en la década de los cincuenta. En los años sesenta y setenta, su obra se consolidó como una de las más características del arte moderno en Colombia. En los ochenta regresó a Nueva York donde empezó a producir esculturas, último lenguaje explorado en su larga carrera.