Bogotá del artista colombiano Norman Mejía (1938?2012) y enfatiza la fe de la crítica en una nueva pintura en el país, representada por una generación de artistas jóvenes decididos a salir de las convenciones del arte y a resolver el problema de la expresión pictórica, del mismo modo que lo hicieron artistas consolidados en esa época en nuestro arte: Alejandro Obregón (1920–92), Fernando Botero (n. 1932) y Eduardo Ramírez Villamizar (1923–2004). Para Traba, las posibilidades de un arte colombiano —ubicado realmente en la corriente neofigurativa— abren posibilidades, no sólo a nuevas propuestas formales y temáticas, sino a una relación de mayor exigencia con el público. Interesa ver cómo, desde sus primeros párrafos, la responsabilidad tanto del no cuestionamiento a las obras neofigurativas como la fuerte carga expresionista de Mejía, recaen en el público. Es este quien, según lo escrito por la crítica, debe abrirse a un nuevo tipo de pintura que rompa también con las convenciones estéticas a las que el público está acostumbrado.
En ese momento, Traba lanza a Mejía como uno de los pintores más promisorios del novísimo panorama artístico nacional, atreviéndose a comparar su expresionismo con el de Luciano Jaramillo. De este último, ella afirma que se limitó, como los expresionistas alemanes, a pintar una caricatura de la sociedad; mientras Mejía, como los neofigurativos contemporáneos, “creó otra forma que, a partir de la forma real, dejaba de tener cualquier dependencia, compromiso o sujeción a ella”. La palabra clave aquí es lo actual, ya que Mejía será un nuevo referente en el ámbito artístico de 1965 al proponer, por sobre todas las cosas, un mundo pictórico que Traba califica como contemporáneo, válido y novedoso.
Para conocer más sobre Norman Mejía, véase [doc. no. 1132484 y doc. no. 1132468].