Esta crítica del poeta y ensayista colombiano Daniel Arango (1921-2009) participa en una importante discusión ocurrida a lo largo del siglo XX, cuando los artistas se levantaban contra la tradición finisecular, a un lado y otro del océano Atlántico. Pretendían abogar por un arte autónomo, cortados para siempre los vínculos con los intereses de la Iglesia, de la Corte, del Estado; en fin, de la institución imperante de cada época. Siendo así, los artistas buscaban entonces un arte volcado en un interés propio: anhelaban explorar el potencial plástico de su terreno lingüístico (aunque la nueva mano invisible que empezaba a proyectar el devenir del arte era el naciente mercado poscapitalista que irrumpe en las décadas de diez y veinte, al que el arte comenzaba a adecuarse para convertirse en uno de sus grandes pulmones. Para Arango, el arte moderno es un procedimiento expresivo al que le falta una necesidad vital que guíe su propósito; o sea, se reduce a un gesto tecnicista que aspira a ser una forma pura, desprendida de todo lo que compone “la breve historia del hombre” en detrimento del “poder compartible, o sea: sin universalidad”. ¿A qué realidad del hombre responde el arte moderno? “Pues a ninguna, porque su intento es escapar a lo real” para menoscabar las corrientes anteriores, argumenta Arango.
Por otra parte, que el arte aspire a ser arte por arte no conduce de manera obligada y directa al hecho de carecer de “sustento real en la fisonomía social de su época”. En efecto, las vanguardias europeas respondían de manera casi explícita a la experiencia viva del monstruoso momento bélico generalizado en el Viejo Mundo. Acaso sus homólogos colombianos sentían también la miseria atmosférica de una guerra de la que todavía hoy no se entienden muy bien sus reveses. Si el arte daba un salto olímpico de tales proporciones a lo largo de todo el siglo XX —lanzándose hacia un nuevo caos que, para muchos, se tradujo en un balbuceo histérico o ridículo—, acaso eran las mismas circunstancias históricas las que alentaban dicho cambio. Además, a juicio de Arango, no es distintivo del arte moderno ser un arte de rebelión; de manera que eso no puede disminuirlo de manera privativa. En efecto, casi toda la historia del arte europeo y americano es una cadena de respuestas a su tradición.