Este artículo fue publicado por Lecturas Dominicales, del diario El Tiempo de Bogotá, el 11 de abril de 2004; por lo tanto, diez días después del fallecimiento de Enrique Grau (n. 1932), uno de los artistas clave en la consolidación del arte moderno en Colombia. Se trata, entonces, de una nota necrológica; lo cual explica el estilo cargado de metáforas y palabras sonoras, el tono de profundo respeto y de homenaje a un mismo tiempo. Antonio Montaña se esfuerza por presentar al artista como un mago de la forma, como un renovador que nunca abandonó la poesía y que, desde la figuración, representó lo más profundo del alma humana. A tal punto, que el autor establece relaciones entre el proceso creativo de un músico y el del pintor recién fallecido.
Grau se dio a conocer en 1940, en el primer Salón de Artistas colombianos, donde su obra Mulata cartagenera obtuvo la primera mención de honor. En 1948, junto con Alejandro Obregón (1920-92), organizó el Salón de los XXVI, muestra de artistas jóvenes realizada durante el gobierno conservador del presidente Mariano Ospina (1891-1976). En las décadas de sesenta y setenta, su expresión plástica se consolidó en el dominio de la figura humana, a partir de la cual se desplazó hacia la tridimensionalidad, explorando los lenguajes de la escultura. Montaña da énfasis a todos estos aspectos, resaltando la labor de Grau como tributo a su memoria y como recuerdo del sitial de honor que le corresponde en la historia del arte colombiano del siglo XX.
Este artículo, sin lugar a dudas, da cuenta del protagonismo alcanzado por Enrique Grau en el meollo contemporáneo del arte en Colombia.