Este ensayo escrito por el crítico de arte Roberto Suárez pone en evidencia, de forma clara, algunas formas de resistencia al arte moderno presentes en Colombia durante las décadas del veinte y treinta. Suárez apunta más bien a una resistencia al arte moderno construida desde el lenguaje; se manifiesta partidario de una visión de “arte sintetista”, expuesta esquemáticamente en su ensayo y considerada por él como la heredera de una tradición artística de largo aliento. Cree que el futurismo, el cubismo y el dadaísmo, en particular, son movimientos no dirigidos a la construcción de una tradición estética ni, menos aún, a una cultura imperecedera; sino, más bien, se trataría de modas que rompen con “las tradiciones”, según Suárez, el único vehículo para construir civilización.
Suárez valora y menciona sólo a los artistas inmersos dentro la visión de arte que él defiende. Sin duda, este texto del crítico abre el panorama sobre las formas de resistencia a la modernidad, vigentes durante la primera mitad del siglo XX en Colombia. De hecho, el autor no construye su oposición al arte moderno desde la esfera política —como algunos historiadores del arte han argumentado para la crítica que hace el político colombiano Laureano Gómez (presidente de la república entre 1950−51)— a algunos artistas expresionistas de la década del cuarenta. Suárez tampoco configura su discurso alrededor del escenario partidista (presente, por ejemplo, cuando se homologa de forma generalizada la dualidad “liberal / conservador” con la de “artista progresista / artista reaccionario”) y mucho menos lo postula en relación con el problema de un “arte nacionalista”, “indigenista” y/o “costumbrista”; epítetos con los que la historiografía tradicional del arte en Colombia ha calificado una gran parte de los artistas del período.