Es muy acertado este texto del crítico de arte colombiano Camilo Calderón (n. 1941) al afirmar que “todo el trabajo de los años sesentas podría definirse como la búsqueda de la espacialidad, tanto en volúmenes como en vacíos”, al referirse a la obra artística del artista colombiano Eduardo Ramírez Villamizar (1922–2004) quien en 1956 hace su primer relieve: es una construcción de pequeño formato en madera pintada con blanco, ese mismo año construye el primer mural abstracto de Colombia: Composición en Ocres, encargado para las oficinas de la cervecería Bavaria en Bogotá. Para ese momento Ramírez ya se había consolidado en la esfera del arte local como un importante representante de la abstracción geométrica, sus pinturas de planos de color y figuras geométricas ya eran reconocidas en el país. Ahora el artista se empezaba a interesar por el volumen y el paso a seguir fue lentamente sacar la pintura al espacio por medio del relieve. Durante los años sesentas se dedicó a trabajar de esta manera, construyendo importantes obras (murales – relieves) para el espacio público como El Dorado (1958) para el Banco de Bogotá, Mural Horizontal y Curvo (1964) para la biblioteca pública Luis Ángel Arango de Bogotá, Tres Relieves (1967) para el American Bank en Nueva York, y Serpiente Precolombina (1964) para la fachada de la fábrica de gaseosas Lux en Cali, Colombia. El texto “Ramírez Villamizar: Escultura y Abstracción” del crítico de arte colombiano Camilo Calderón es importante dentro de la bibliografía sobre este artista pues se dedica a analizar este importante periodo de transición en su trabajo.
Según Calderón, “los primeros relieves sobresalen apenas unos pocos centímetros de la superficie base. Luego, cada vez más, van logrando mayor número de capas y espesor. A la timidez sucede el franco apoderarse del espacio y la tendencia cada vez mayor a separarse del muro, creando ya verdaderos espacios internos en sus formas”. Es así como el autor considera que es necesario conocer este período de Ramírez para comprender su proceder en el arte, en donde la experimentación y lenta transformación de su trabajo hace de su posterior obra escultórica, una propuesta estética sólida y con buenas bases conceptuales y metodológicas.
Al internarse en el mundo del relieve y posteriormente en la escultura, el espacio se convierte en herramienta de trabajo central para Ramírez. El autor logra evidenciar que las obras no sólo se componen por materia (hierro, madera, acrílico, arcilla, etc.), sino también por el espacio que ocupan e intervienen. Con respecto a este tema Ramírez afirma: “el espacio es una de mis metas, pero lo manejo muy intuitivamente: cojo unas formas, las fusiono y las relaciono con otras, y de pronto hacen el milagro y me permiten agarrar el espacio; un espacio bello a través del cual se podría caminar, en el cual se podría vivir y volar a su alrededor. Y siento plena alegría, casi mágica, de haber logrado moldear el espacio a un punto tal que en ocasiones subordina a la forma” (ver: “El sueño del orden” código de referencia no. 1092041).