El artista colombiano Rómulo Rozo (1899–1964) gozó casi siempre de una acogida favorable de su obra pictórica; no obstante, una de las más severas críticas que se le formularon en su época la produjo el crítico literario y de arte Javier Arango Ferrer (1905–1984) en el presente documento. Esta crítica frontal hay que entenderla como un producto ideológico y no como una apreciación específicamente circunscrita a lo estético. A juicio de Arango Ferrer, Rozo estaba desvirtuando la teogonía de una vieja cultura al falsificar “deidades que nunca representaron los indios” so pretexto de hacer un arte nacional. Condenó, en consecuencia, que en el intento partiera de una “base ideológica” la lectura del arte precolombino. Salpicada de ironía, la nota de Arango Ferrer contiene la siguiente recomendación: “si [Rozo] insiste en fabricar bibelots precolombinos, lo mejor es que tome plaza de alfarero”.
El escultor colombiano Marco Tobón Mejía (1876–1933) estudió en Medellín y, en 1905, viajó a París, donde permaneció el resto de su vida. Realizó numerosos monumentos públicos y funerarios que lo convirtieron en el más fiel y destacado exponente del academicismo en Colombia. En contraposición, Rómulo Rozo fue el primer artista de su generación en darle la espalda a los postulados academicistas de las generaciones anteriores; viraje que dio en 1925 con la escultura Bachué, madre generatriz de los indios chibchas, la obra que estimuló el nacionalismo de su generación e inspiró la fundación del Grupo Bachué.